miércoles, 8 de marzo de 2017

EL BAILE DE LAS PRINCESAS



             Erase una vez el país de la realidad, dónde se hilan mil historias de amor, distintos nombres, mismos sueños: 
              Es el baile de las princesas de cuento.
            Las abuelas nos transmiten leyendas apasionantes con finales felices. Historias pasionales de príncipes y hadas madrinas. Nos incitan a desear vivir nuestro propio cuento, con bonitos vestidos, carrozas y lugares de ensueños.
En ese imaginario común somos felices y comemos perdices, después que nuestro príncipe azul, apasionado, enamorado y apuesto, nos rescata de una vida insulsa, anodina y vacía. Una existencia latente a la espera de ese príncipe, una vida durmiente al cuidado de enanos cómplices, que nos preparan para ese futuro sin vivir el presente; que nos mantienen a salvo, escondidas y en letargo, de esas brujas tenebrosas de la vida que amenazan nuestra supervivencia.
¡Qué romántica espera! ¡Qué utópica existencia que nos depara el destino! Y mientras, fabricamos nuestro propio príncipe, como moderno Frankenstein le ponemos cara, la de Brad Pitt. Le ponemos ojos, los de Leonardo di Caprio, y ¿el cuerpo? El de Russell Crowe en Gladiator. Y ¿de sabor?, a caballero de la mesa redonda, paladín de infantas y guerrero de altas metas. Sabor a príncipe de la Zarzuela, con una pizca de sal y pimienta Sabor a culto, pero alegre y divertido. Olor como a sudor enamorado, que lucha por mi contra las brujas malvadas y feas.
En esa cocina de quimeras vemos pasar el tiempo, en la necia espera de nuestro bizarro paladín, en una muerte sistemática de la razón y de nuestra identidad.
Nos vaciamos de realidades, vacantes de aventuras, y las llenamos de estos sueños sin sustancia, viviendo una vida que no existe.
Con la melena al viento, cabalgando en su moto, Gerardo, como si de un hechizo se tratara, entro en la vida de Susana, su mirada la hizo estremecer, algo llenó sus entrañas y empezó a dar vueltas, provocando vértigos como de montaña rusa, que a la vez molestan y duelen, pero gustan. Supo, como dice la canción, que “Ese es el príncipe azul que yo soñé”.
Esa cálida noche de julio, comiéndose con la vista un anochecer en una playa del Mediterráneo, mientras él susurraba palabras de amor y promesas de eternidad, con la luna llena al fondo, —como postal turística— que recortaba sus cuerpos entrelazados, Susana se entregó a la pasión en la arena de la playa. No podía ser más feliz, todos sus sueños se estaban cumpliendo.
Germinó el amor y los cambios de su cuerpo anunciaron una nueva vida, solo quedaba adelantar el baile nupcial, confeccionar su vestido de princesa de cuento, con algo nuevo, algo usado y algo azul, pero no, eso no hacía falta, ¡llevaba su príncipe!
No faltó el popurrí musical de película, sonó  la marcha nupcial de Mendelssohn, caminó sobre una senda de pétalos de rosa, hacia el altar donde regalar el “sí quiero” y recoger el aplauso de todos sus familiares y amigos, después el Aleluya de Händel y   “puedes besar a la novia”. Terminó llorando con el Ave María de Schubert.
La música del vals del Danubio Azul de Strauss explotó con todo su color en el ansiado baile que, por supuesto, abrieron los novios.
Un noviazgo de método, una boda de cuento, de ensueño, la ilusión de muchas doncellas. Susi no podía ser más feliz.
Pasaron años de inmersión paulatina en lo real, la historia se tornaba dramática, en un escenario de ausencia de igualdad.  
Cuando sus  luces se encienden, Susana pasa de ser la actriz protagonista a permanecer entre bambalinas Todo lo soñado se esfuma como atrezo mentiroso de obra de teatro. Se sentía la gran engañada. El amor se convirtió en sumisión, la atención en humillación, la pasión en abuso, el regalo en exigencia, la palabra amable en insulto. De princesa a cenicienta sin esperanza, era el cuento al revés.
Gerardo —su hombre—era el único director y actor de la historia, al margen de sus deseos. Teje su nido con relleno de plumas y con barrotes de hierro.
No puede, ni sabe escapar y tampoco sabe si hacerlo,
— ¡Todo esto pasará!, Gerardo es un hombre bueno, es su duro trabajo el que le torna severo, sus jefes le enfadan y poco le pagan y cansado llega a su hogar, donde descansa y espera ¡claro está! ser el rey de la casa.
El tiempo pasa y no mejora, cada día está más atrapada, más apartada. Trabajar fuera de casa, ¡ni se permitía pensarlo!
Con pasos felinos, con sorpresa, la violencia aparece. Brota el miedo a ser golpeada, a ser torturada, ¡no podía suponer desgracia peor! Era como vivir muerta o morir viva.  En la certidumbre que su lucha es estéril.
Así no podía vivir.
—… pero mis tres hijos me necesitan y necesitan a su padre, para Gerardito, Candela y Pedro, Gerardo, su padre, es lo mejor. ¡No sabría hacerlo sola!
Y vuelve al inicio, a través de la fantasía de los cuentos, crea una nueva quimera, donde su nuevo relato comienza con...”Erase una vez un hombre bueno…”
Y aguanta.
El entorno se da cuenta y le advierte. Ella calla y consiente.
De manera casual, sufre accidentes, cae por las escaleras, resbala de una silla mientras limpia o se choca con una puerta, ¡todos saben lo que pasa!
Ella no acusa, el entorno tolera.
El magazín de la mañana lo anuncia, es la número 63 del año, otro mal cruce del destino, ya no importa el nombre, Susana, es otra más en esa cruenta estadística, otro crimen de hombre bueno, de enamorado, del imperio de los celos.
De nuevo la música, danza macabra, es el baile de las princesas muertas.

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