El
regreso de Marcelo
Si
quieres ser feliz, se.
León
Tosltoy
Marcelo
nos regaló una sonrisa profunda, mucho más allá del bigote y de los dientes.
Parecía estar muy contento. Algo había cambiado. Estos últimos años estaba
refugiado en los libros o miraba a lo lejos. No parecía admirar su alrededor.
—¿Te pasa algo Marcelo? —le preguntamos,
a sabiendas que no nos contestaría. Llevaba años sin hacerlo.
Ante nuestro asombro se levantó, se abalanzó
sobre cada uno de nosotros y nos abrazó. No entendíamos nada. La mueca de
felicidad en su cara, ahora nos aparecía como un gesto de loco. Junté mi esfuerzo
al de los demás en saber qué le pasaba.
Para calmar su discutida locura, alguien
le abofeteó. Creo que fue Dolores, mi hermana, la psicóloga clínica. Todos en la comida de Navidad enmudecimos
ante la insólita reacción de Dolores, pero seguimos sentados en esa larga mesa
de desencuentros y frustraciones que reúne en casa, cada año, a los hermanos,
cuñados, sobrinos y a algún despistado que siempre se suma. Marcelo —mi hermano
pequeño—, no, él nunca estaba, se escondía en los anatemas, las exégesis, los
principios y no salía a contemplar como madre le pedía. La vida está ahí fuera —le decía—, se puede
aprender tanto de la naturaleza como de los libros.
—Me pasas más pavo Clara. —Pidió Marcelo—.
Este año te ha salido especialmente jugoso.
Clara, asombrada, le acercó otra ración de pavo. Para ella escucharle era como oír conversar a
un muñeco de trapo. Tenía cinco años cuando Marcelo dejo de hablarnos.
—¿Quieres más tío Marce? —le preguntó
con voz temerosa y entrecortada.
—No… ¡¿una copa de ese Ribera?!
Hasta los niños dejaron de comer,
todos le mirábamos absortos mientras se alimentaba. Mi cuñada Rocío, que no
tiene pelos en la lengua, borró ese incómodo e desacostumbrado silencio, en una
de nuestras comidas familiares en Navidad. Se atrevió a volver a preguntarle.
Marcelo se resistía a explicarnos,
nuestra insistencia no borraba la sonrisa de su cara. Comió despacio como el
que sabe dónde va.
En
los postres, como en un discurso de empresa, se dirigió a la familia mostrando una
desnudez poderosa. Fue como el despertar de un cuerpo desarticulado y deformado
por la parte del alma. Una transformación a lo Jekyll y mister Hyde. Nos habló
como nunca lo había hecho. Apenas reconocíamos el timbre de su voz.
“Hablo
ahora y os comunico mi miedo por adelantado, al exhibir mis miserias. Hace
veinte años la familia me asqueaba, también aborrecía a la gente, no me
reconocías y abusabais de mí humillándome.
Desesperado intenté surfearos, no lo
conseguía y descubrí que lo mismo que había servido para ser objeto de burla, podría servir para protegerme: Me
refugié tras los libros. Entre el aroma a madera y libro viejo.
Me cree mi entorno, robado al paraíso. Una
vida ocultada, sin alteraciones, donde bebía mi sed profunda de vida. El hábito,
con paciencia y tiempo, normalizó la situación. Mis silencios fueron
elocuentes. Logré la paz”.
Mientras Marcelo disertaba, mi madre
lloraba.
“Madre, la verdadera vida es la que
vivimos cada día, no la imaginada. Yo habitaba en la mía sacando a pasear mis
sueños, como el que camina con sus perros, cuando la noche obscurece los
colores. Mi sonrisa no oculta lágrimas amargas, de las que había abusado, antes de mi silencio . Mi felicidad antes y ahora depende de mis decisiones.
¡¿Qué porqué ahora?! —Os escucho decir
con vuestras miradas. Mía fue la decisión de callarme y mía será la de dejar de
hacerlo. Quizá la protesta dejó de ser efectiva. Tal vez quiera buscar esos
trozos de mi mismo que hay en cada uno de vosotros. Es posible que mi bienestar
esté en compartir calor con las otras personas.
Mi cielo empezó a aclararse cundo leí Ahora empieza todo, esa frase tan navideña,
¿Por qué no?, —me preguntaba, hasta llegar a la embriaguez de mis sentidos, al vértigo de los enamorados.
Quizá la gente acepta más a los que no
han caído muy bajo. Pero, creedme, mi vida oculta estaba en el lugar correcto,
donde soñaba con los ojos abiertos”.
Dos navidades han pasado, nadie ya se
acuerda del regreso de Marcelo, de nuevo en la mesa larga, de nuevo los
desencuentros. Esta vez madre, es la ausente, con sus recuerdos perdidos en su
mundo sin presente.
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