miércoles, 4 de enero de 2017

El regreso de Marcelo



El regreso de Marcelo
Si quieres ser feliz, se.
León Tosltoy

            Marcelo nos regaló una sonrisa profunda, mucho más allá del bigote y de los dientes. Parecía estar muy contento. Algo había cambiado. Estos últimos años estaba refugiado en los libros o miraba a lo lejos. No parecía admirar su alrededor.
—¿Te pasa algo Marcelo? —le preguntamos, a sabiendas que no nos contestaría. Llevaba años sin hacerlo.
Ante nuestro asombro se levantó, se abalanzó sobre cada uno de nosotros y nos abrazó. No entendíamos nada. La mueca de felicidad en su cara, ahora nos aparecía como un gesto de loco. Junté mi esfuerzo al de los demás en saber qué le pasaba.  
Para calmar su discutida locura, alguien le abofeteó. Creo que fue Dolores, mi hermana, la psicóloga clínica.  Todos en la comida de Navidad enmudecimos ante la insólita reacción de Dolores, pero seguimos sentados en esa larga mesa de desencuentros y frustraciones que reúne en casa, cada año, a los hermanos, cuñados, sobrinos y a algún despistado que siempre se suma. Marcelo —mi hermano pequeño—, no, él nunca estaba, se escondía en los anatemas, las exégesis, los principios y no salía a contemplar como madre le pedía.  La vida está ahí fuera —le decía—, se puede aprender tanto de la naturaleza como de los libros.
—Me pasas más pavo Clara. —Pidió Marcelo—. Este año te ha salido especialmente jugoso.
            Clara, asombrada,  le acercó otra ración de pavo.  Para ella escucharle era como oír conversar a un muñeco de trapo. Tenía cinco años cuando Marcelo dejo de hablarnos.
—¿Quieres más tío Marce? —le preguntó con voz temerosa y  entrecortada.
—No… ¡¿una copa de ese Ribera?!
            Hasta los niños dejaron de comer, todos le mirábamos absortos mientras se alimentaba. Mi cuñada Rocío, que no tiene pelos en la lengua, borró ese incómodo e desacostumbrado silencio, en una de nuestras comidas familiares en Navidad. Se atrevió a volver a  preguntarle.
            Marcelo se resistía a explicarnos, nuestra insistencia no borraba la sonrisa de su cara. Comió despacio como el que sabe dónde va.
En los postres, como en un discurso de empresa, se dirigió a la familia mostrando una desnudez poderosa. Fue como el despertar de un cuerpo desarticulado y deformado por la parte del alma. Una transformación a lo Jekyll y mister Hyde. Nos habló como nunca lo había hecho. Apenas reconocíamos el timbre de su voz.
“Hablo ahora y os comunico mi miedo por adelantado, al exhibir mis miserias. Hace veinte años la familia me asqueaba, también aborrecía a la gente, no me reconocías y abusabais de mí humillándome.
Desesperado intenté surfearos, no lo conseguía y descubrí que lo mismo que había servido para ser objeto de  burla, podría servir para protegerme: Me refugié tras los libros. Entre el aroma a madera y libro viejo.
Me cree mi entorno, robado al paraíso. Una vida ocultada, sin alteraciones, donde bebía mi sed profunda de vida. El hábito, con paciencia y tiempo, normalizó la situación. Mis silencios fueron elocuentes. Logré la paz”.
Mientras Marcelo disertaba, mi madre lloraba.
“Madre, la verdadera vida es la que vivimos cada día, no la imaginada. Yo habitaba en la mía sacando a pasear mis sueños, como el que camina con sus perros, cuando la noche obscurece los colores. Mi sonrisa no oculta lágrimas amargas, de las que había abusado, antes de mi silencio . Mi felicidad antes y ahora depende de mis decisiones.
¡¿Qué porqué ahora?! —Os escucho decir con vuestras miradas. Mía fue la decisión de callarme y mía será la de dejar de hacerlo. Quizá la protesta dejó de ser efectiva. Tal vez quiera buscar esos trozos de mi mismo que hay en cada uno de vosotros. Es posible que mi bienestar esté en compartir calor con las otras personas.
Mi cielo empezó a aclararse cundo leí Ahora empieza todo, esa frase tan navideña, ¿Por qué no?, —me preguntaba, hasta llegar a la embriaguez de mis sentidos,  al vértigo de los enamorados.
Quizá la gente acepta más a los que no han caído muy bajo. Pero, creedme, mi vida oculta estaba en el lugar correcto, donde soñaba con los ojos abiertos”.
Dos navidades han pasado, nadie ya se acuerda del regreso de Marcelo, de nuevo en la mesa larga, de nuevo los desencuentros. Esta vez madre, es la ausente, con sus recuerdos perdidos en su mundo sin presente.

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