miércoles, 8 de marzo de 2017

EL PASILLO CENTRAL



             Acaba de cumplir 35 años.
 Susana traspasa con paso decidido el umbral de la puerta, se encuentra con un amplio espacio conocido. Camina ligera por el pasillo central. Las miradas incrédulas y recelosas de los hombres sembrados en las mesas, se clavan en ella. Los ignora con una pose estudiada, los conoce bien, ha trabajado junto a ellos más de cuatro años.
Por increíble que parezca, con su cuerpo menudo y cara de niña, posee una fuerza exorbitante y una inteligencia poco común. Susana acostumbraba a resolver los grandes problemas que surgían en su empresa, con creatividad, eficacia y  entrega total al trabajo. No le había valido un ascenso 
            Unos grades tacones, una ajustada blazer y falda plisada de color negro sanitado, remarcan su proporcionado cuerpo. Le hacen parecer más alta y más inaccesible a los ojos que la escrudiñan en cada paso.
            Recuerda esos cuatro años en que los días pasaban, se hacían más pesados, menos ágiles y nada nuevo sucedía, En que fue usada y dominada una y otra vez por compañeros y jefes, sin equidad, sin respeto. Una violación sistemática de su género le hacía sentirse sucia, inferior y temerosa. Lo único que quería era tener las mismas posibilidades que disfrutaban los otros, los hombres, quería igualdad. No se atrevía a luchar para poner fin a esas diferencias. Pero de ningún modo quería renunciar.
            Un día, como tantas veces antes, encontró los ingredientes exactos de la salsa y se atrevió. Pasó por encima de compañeros parásitos y de inútiles jefecillos. Recogió las cosas de su escritorio, por si su acción implicaba un despido inmediato, —no quería demorarse en la vergüenza—. Se encaró con la misma puerta, al final del pasillo, a la que en este momento está a punto de llegar y se adentró en la aventura.  Triunfó.
            A medida que está llegando a la puerta del final del pasillo va creciendo el entorno, a las miradas se le suman murmullos, ¡es la puerta de los jefes! Después de su paso se atreven, se levantan y miran su cuerpo, que siempre estuvo escondido, en la mesa pequeña de la esquina.
            Franquea la puerta, esta vez triunfante. Detrás los jefes le felicitan, le acompañan a su nuevo despacho Al otro lado los compañeros extrañados no pueden evitar enterarse. Se miran incrédulos.
Susana marca un número en el móvil. Una mujer con una pequeña  maleta con ruedas atraviesa el pasillo central. Se la entrega a Susana. Empieza a desvestirse delante de los jefes, primero les tira la blazer, después la falda negra. Se quita su blusa blanca, dejando descubiertos sus  juveniles pechos redondeados.
—No quiero ropa que imite a la de los hombres, os la podéis quedar— les grita flojito. No quiero comportarme como un hombre.
  Abre la maleta. Se viste con ropa cómoda. 
              Desde el quicio de la puerta,  mientras su cuerpo se componía en un gesto altanero, pregona 

a ambos lados que abandona el trabajo, que ha fundado su propia empresa.

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