Acaba de
cumplir 35 años.
Susana traspasa con paso decidido el
umbral de la puerta, se encuentra con un amplio espacio conocido. Camina ligera
por el pasillo central. Las miradas incrédulas y recelosas de los hombres
sembrados en las mesas, se clavan en ella. Los ignora con una pose estudiada,
los conoce bien, ha trabajado junto a ellos más de cuatro años.
Por increíble que parezca, con su cuerpo menudo y cara de niña, posee una
fuerza exorbitante y una inteligencia poco común. Susana acostumbraba a
resolver los grandes problemas que surgían en su empresa, con creatividad,
eficacia y entrega total al trabajo. No
le había valido un ascenso
Unos grades tacones, una ajustada
blazer y falda plisada de color negro sanitado, remarcan su proporcionado
cuerpo. Le hacen parecer más alta y más inaccesible a los ojos que la escrudiñan
en cada paso.
Recuerda esos cuatro años en que los
días pasaban, se hacían más pesados, menos ágiles y nada nuevo sucedía, En que
fue usada y dominada una y otra vez por compañeros y jefes, sin equidad, sin
respeto. Una violación sistemática de su género le hacía sentirse sucia,
inferior y temerosa. Lo único que quería era tener las mismas posibilidades que
disfrutaban los otros, los hombres, quería igualdad. No se atrevía a luchar
para poner fin a esas diferencias. Pero de ningún modo quería renunciar.
Un día, como tantas veces antes, encontró
los ingredientes exactos de la salsa y se atrevió. Pasó por encima de
compañeros parásitos y de inútiles jefecillos. Recogió las cosas de su
escritorio, por si su acción implicaba un despido inmediato, —no quería demorarse
en la vergüenza—. Se encaró con la misma puerta, al final del pasillo, a la que
en este momento está a punto de llegar y se adentró en la aventura. Triunfó.
A medida que está llegando a la
puerta del final del pasillo va creciendo el entorno, a las miradas se le suman
murmullos, ¡es la puerta de los jefes! Después de su paso se atreven, se
levantan y miran su cuerpo, que siempre estuvo escondido, en la mesa pequeña de
la esquina.
Franquea la puerta, esta vez
triunfante. Detrás los jefes le felicitan, le acompañan a su nuevo despacho Al
otro lado los compañeros extrañados no pueden evitar enterarse. Se miran
incrédulos.
Susana marca un número en el móvil. Una mujer con
una pequeña maleta con ruedas atraviesa
el pasillo central. Se la entrega a Susana. Empieza a desvestirse delante de
los jefes, primero les tira la blazer, después la falda negra. Se quita su
blusa blanca, dejando descubiertos sus juveniles pechos redondeados.
—No quiero ropa que imite a la de los hombres, os la
podéis quedar— les grita flojito. No quiero comportarme como un hombre.
Abre la maleta. Se viste con ropa cómoda.
a ambos lados que abandona el trabajo, que ha fundado su propia empresa.
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